TERESA DE JESÚS NARRADORA: De su autotrascendencia y conquista de su propia ‘ALMA’

Por Nancy Olaya Monsalve


En la medida que me sea posible y útil, sin dejar de ser fiel al texto, deseo salirme del círculo hermenéutico desde el cual solemos interpretar las categorías “miseria” y “ruindad” como bajo, flaco, malo, negro, pecador, civil, perdido, ratero, tierra[1]. La razón es obvia, ellas tienen que ver con prejuicios referidos a la naturaleza femenina (más que a la masculina), empequeñeciendo y despojando espiritualmente a las mujeres. Teresa de Jesús hija de su tiempo, se describe a si misma desde este marco discriminador: “Quisiera yo que… me la dieran (licencia) para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida” (V prol, 1). Por lo tanto, me enfocaré desde el aspecto más relacional, dinámico, alternativo y crítico del vocablo, rescatando la narrativa con la que Santa Teresa desafió las visiones de fe y espiritualidad dogmáticas, no-existenciales y estereotipadas de su tiempo.


Pues así comencé, de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades” (V 7,1). En su tiempo como en el tiempo de todas nosotras, la problemática gira en torno a los obstáculos que nos impiden acceder a nuestra ‘alma[2]’, a nuestra capacidad ética y espiritual. Buena parte de lo que determina la historia de cada mujer y que atribuimos a la naturaleza femenina, son condicionamientos culturales, es decir, mandatos y preceptos que deben cumplirse. La Santa vivió en su ‘carne’ el desafío de convertirse en plenamente humana en una sociedad patriarcal, que la disuadía de la autotrascendencia, dicho de otra manera, de la metamorfosis espiritual a la que desde muy temprana edad se sintió llamada (Cf. V 1).


Teresa tiene infinidad de textos en los que se queja y critica este sistema que la ahoga: “Fatígase (el alma) del tiempo en que miró puntos de honra y en el engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama honra; ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella… pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios” (V 20,26); “Ríese de sí (el alma), del tiempo que tenía en algo los dineros y codicia de ellos… Si con ellos se pudiera comprar el bien que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho… ¡Oh, si todos diesen en tenerlos por tierra sin provecho, qué concertado andaría el mundo, qué sin tráfagos! ¡Con qué amistad se tratarían todos si faltase interés de honra y de dineros! Tengo para mí se remediaría todo” (V 20,27). Se requiere mucha experimentación, mucha reflexión y mucha oración antes de poder decir todo eso y mucho más. No me detendré en esta línea ya que fue tema de reflexión del primero trabajo, sólo deseo apuntalar esta idea: la narrativa de Santa Teresa trasciende el ámbito meramente personal y temporal. Su proceso de liberación tiene que ver con el nuestro y puede actuar como un prisma en el que podemos ver reflejada nuestra historia y la de cada mujer que conocemos ¿o no? En buena parte, su relato se convierte en una metáfora de la condición humana femenina y de su proceso de renacimiento a una dimensión superior de la propia existencia. La pregunta es ¿cómo consiguió arribar a su alma y adueñársela? ¿Cómo logro desatar su poder espiritual? En los escritos que estamos leyendo se puede deducir algunos de esos aspectos. Dadas las características del trabajo, es posible enunciarlos para posteriores desarrollos.


En un momento de su viaje, la Santa siente que no vivía plenamente o que vivía como a quien se le arrebató la fuerza, el ‘alma’: “Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole” (V 8,12). Qué la ata más ¿sus propios miedos y compulsiones? ¿El contexto represivo y patriarcal en el que vive? ¿La imagen aprendida de un Dios juez y castigador? El viaje de transformación de cada mujer implica exorcizar estereotipos y demonios, inclusive el maestro/padrino internalizado: “El tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco experimentado, que no hay cosa que tenga por segura… luego es todo condenado a demonio o melancolía… Mas la pobre alma que anda con el mismo temor y va al confesor como a juez, y ése la condena, no puede dejar de recibir tan gran tormento y turbación… aunque Su Majestad les hace merced… como es cosa que pasa de presto y el acuerdo de los pecados… viene este tormento… es cosa casi insufrible” (6ªM 1,8).


Es hermoso percibir en esta mujer un proceso sumamente importante; poco a poco como el ave fénix, va accediendo a la madurez espiritual y va pasando de una fe heredada a una fe propia: “Este fue el más terrible engaño… comencé a temer de tener oración… y parecíame era mejor andar como los muchos… y rezar lo que estaba obligada y vocalmente, que no tener oración mental y tanto trato con Dios” (V 7,1). Podemos reconocer en la anterior máxima, siglos de dualismo y de misoginia que han desposeído moral y espiritualmente a las mujeres, pero aún desde su culpa y vergüenza para “tornarme a llegar a Dios” (V 7,1) es capaz de levantarse y proclamar: “Por estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años… veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo” (V 8,2). Es otra postura, es otra imagen de humanidad femenina, es otra imagen de Dios la que va construyendo en su viaje a partir de su experiencia de Dios: “¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mire todo sin estar enredada en ello!... ¡Querría dar voces para dar a entender qué engañados están… Tiénenla por poco humilde y que quiere enseñar a de quien había de aprender, en especial si es mujer. Aquí es el condenar -y con razón-, porque no saben el ímpetu que la mueve” (V 20,25). A esta altura de su viaje, podemos decir que es dueña de su ‘alma’, de su capacidad espiritual y por lo tanto puede decirnos: “Cuando así os hallarais, atajad el pensamiento de vuestra miseria lo más que pudiereis, y ponedle en la misericordia de Dios y en lo que nos ama y padeció por nosotros. Y si es tentación... Harto será si conocéis es tentación” (CP 39,3). En un entorno masculino, atreverse a discernir y situarse de esta manera es don de Dios, es gracia que la capacita para decirse a sí y decir de Dios de ‘otra manera’.


En este orden de ideas, me parece importante reflexionar sobre el proceso mismo, sus etapas... quisiera hacer el ejercicio desde un apoyo bibliográfico distinto y más afín al enfoque y las claves de lectura que he elegido[3]. Tuve cuidado de no tomar pautas que reproducen patrones masculinos, es el caso de Freud, Erikson u otros que pretenden colocar como norma universal, procesos y experiencias de varones. Kierkegaard, escribe Madonna Kolbenschlag, propone una guía de tres ritmos y modos de empoderamiento espiritual que puede hacer sentido para las mujeres hoy: plano estético, plano, plano ético y plano religioso. Esta fuente hace de línea maestra de esta parte de mi reflexión.


(1)   La EXISTENCIA ESTÉTICA está marcada por la inmediatez, por la sucesión de momentos sin proyecto, sin decisión de ser alguien. Estas mujeres delegan el poder sobre sí mismas a algo o alguien exterior. Generalmente son chicas de 15 años en adelante, quienes han renunciado a sus ‘sueños y deseos de pequeñas’ (Cf. V 1) para ‘adaptarse a la formula’, esto es, a la creciente dependencia afectiva y emocional, a la necesidad imperiosa de la aceptación y aprobación de los ‘otros’. La joven Teresa no es la excepción de la regla, ella como toda chica de su edad busca a toda costa ser deseable y cumplir las expectativas: “Si no tenía libro nuevo (de caballerías[4]), no me parece tenía contento” (V 2,1); “Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien… en todas las cosas que les daba contento los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías” (V 2,2); “Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempos que yo quería” (V 2,3). Con su vida religiosa sucede exactamente lo mismo: “Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía” (V 9,1)…


(2)   La EXISTENCIA ÉTICA se basa en la confianza en el propio poder de decisión, en la propia capacidad de obrar rectamente y en una relativa autosuficiencia para realizar el proyecto de vida. La persona ética está en constante dinamismo, pasa de una etapa a otra y se sitúa a la orilla de la trascendencia: “Verdad es que en estos años hubo muchos meses, y creo alguna vez año, que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración y hacía algunas y hartas diligencias para no le venir a ofender... Ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala o muy ocupada” (V 8,3); “Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios” (V 8,12)…


(3)   La EXISTENCIA RELIGIOSA o existencia espiritual, acontece cuando la persona abandona su seguridad en sí misma. La autosuficiencia se convierte en autotrascendencia. El centro se desplaza hacia Dios en una actitud humilde y arrepentida. Se abre una nueva dimensión y se produce un ahondamiento de la propia interioridad como don no merecido, que afecta la raíz misma de la condición humana (femenina): “Se va ya está alma subiendo de su miseria” (V 14,5); “Represéntase aquí nuestra miseria, y muy claro el gran poder de Dios” (V 17,6); “Se entiende claro un dilatamiento o ensanchamiento en el alma, a manera de como si el agua que mana de una fuente no tuviese corriente, sino que la misma fuente estuviese labrada de una cosa… que la habilita y va disponiendo para que quepa todo en ella” (4ªM 3,9)…


Hago mía la pregunta de Madonna: ¿Aún estamos ancladas las mujeres en el primer plano de la existencia? Es una cuestión crítica que amerita una respuesta no simplista ni sublimada. Santa Teresa alcanzó una existencia religiosa después de atravesar pacientemente la fase ética de su vida. La primera parte de este escrito quiso esbozar este aspecto tan fuerte y nuclear en la experiencia humana de la Santa. Con demasiada frecuencia las mujeres somos impulsadas a vivir prematuramente la religiosidad sin haber abandonado la etapa heterónoma o estética, sin haber iniciado una existencia ética y por lo tanto, sin acceder auténticamente a su capacidad espiritual que nos fue dada: ‘El Alma’. Pero la tenemos a ella, nuestra maestra…



[1]     Cfr. Juan Luis Astigarraga, con colaboración de Agustí Borrell. “Concordancias de los escritos de Santa Teresa de Jesús”. Volumen II. Editoriales O.C.D. Roma 2000. Página 1653 y página 2405 respectivamente.

[2]     Este campo semántico es uno de los más grandes en sus escritos. Tiene 2042 apariciones, sin contar las locuciones afines: ánima, espíritu y corazón. Cfr. Ibíd. Juan Luis Astigarraga, Volumen I. página 97.

[3]     Tomo como referente a Madonna Kolbenschlag en “ADIOS, BELLA DURMIENTE, Critica de los mitos femeninos”. Editorial Kairós, Barcelona 1993, página 50 a la 57. Me hubiera gustado usar el libro de Maureen Murdock “EL VIAJE HEROICO DE LA MUJER, Etapas y claves del proceso femenino”, pero aún lo estoy trabajando o mejor, viviendo.

[4]     Los libros de caballería fueron herramientas de socialización basados en determinismos de los roles sociales de la época. Hoy contamos con las novelas de televisión, las revistas populares entre las jóvenes, el cine…

 

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Comentarios: 5
  • #1

    Claudia (lunes, 11 julio 2011 15:29)

    Parece que el proceso de autotrascendencia cursa concomitante o mejor, enmarcado dentro del proceso de socialización, en el que es inevitable contar con esos condicionamientos culturales. Un paso importante sería acompañar la educación o integrar en los procesos educativos la fase de existencia ética con todo su dinamismo basado en el propio poder de decisión, sin forzar vivencias espirituales, que en muchos casos no llegan a la dimensión de trascendencia de la persona, esas ya se darán, o se pueden propiciar de otras maneras, menos bancarias. Interesante seguir ahondando en estas fases que mencionas, que más que evolución denotan un proceso cíclico. Gracias por tu aporte y tu estudio.

  • #2

    Nancy Olaya (lunes, 11 julio 2011 21:46)

    A mi también me lo parece. Sabes que dice Madonna: "Sin duda muchas mujeres se ven empujadas por las exigencias de la vida a abandonar la fase heterónoma para iniciar una existencia ética, pero demasiadas parecen quedar inconscientemente prisioneras de una religiosidad estética o un moralismo reflejo".

    Sin temor a equivocarme considero que la formación tradicional ha dejado a la mujer en la 'edad menor', en el infantilismo... transitar por la existencia adulta es un riesgo que muchas de nosotras no queremos correr. Teresa de Jesús fue heroica, valiente y arriesgo mucho!!! ¿Nosotras?

  • #3

    Asunción Codes (lunes, 11 julio 2011 21:50)

    Me parece muy interesante la propuesta de esos tres planos o niveles de existencia que describen perfectamente un modo de vivirnos como seres heterónomos, autónomos o desde el amor que nos constituye como seres humanos y divinos a un tiempo.

    Así he entendido siemrpe la moral, la vivencia de la fe y la maduración humana. Me gusta que se te haya ocurrido aplicarlo también a Teresa de Jesús...

    UN beso muy grande ASUN

  • #4

    Nancy Olaya (lunes, 11 julio 2011 21:53)

    Es un ritmo, es un continuo que se puede comparar con una danza. También es un tejido que tiene de todo y según que vivas, estás situada con preponderancia en uno de ellos sin dejar de vivir realidades de los otros dos...

  • #5

    Yolanda Padron (jueves, 23 mayo 2013 03:11)

    Gracias Nancy por esta bella y profunda reflexión